Memoria del humo

Memoria del humo

Hola,

Un día como hoy, el 6 de mayo de 1626, Peter Minnewit, gobernador de la colonia holandesa en América del Norte, compró a los indios algonquinos la isla de Manhattan por un lote de cuentas de cristal, telas rojas y varios botones de cobre, valorado en unos 24 dólares, con el propósito de fundar allí la ciudad de Nieuw Amsterdam.

Allí se establecieron lxs holandesxs con su ganado, sus huertas, su iglesia y sus molinos, estableciendo una relación nada amistosa con aquellxs que ellxs llamaban «salvajes», a quienes no dejaban de atacar. Pero sus mayores enemigos no eran lxs nativxs del lugar, sino lxs inglesxs, que en 1664 ocuparon la zona y consiguieron que Peter Stuyvesant —director general de la colonia holandesa— se la entregara, cambiándole el nombre por New York, en honor de James, duque de York, hermano del rey Charles II de Inglaterra.

En 2020 publicamos junto con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) —con motivo de su 20.º aniversario— el libro Las voces de la tierra, cuyos protagonistas son también pequeños objetos. Hay botones, lápices, hebillas, cepillos de dientes, casquillos de bala, monedas, alpargatas, botas, peines, gemelos, pendientes, dados…, pero no son abalorios con los que engañar a nadie por 24 dólares. Son objetos que a lo largo de los últimos años han aparecido en las exhumaciones de fosas comunes de personas asesinadas por la represión franquista.

Como escribe Emilio Silva en el preámbulo:

«La tierra va saliendo, en cubos, en paladas, en paletines que recogen los pequeños montones que acumulan los pinceles. La tierra va revelando su secreto. Los huesos con orificios de bala hechos a distancia corta o larga; las fracturas hechas antes o después de la muerte, marcas de enfermedades o columnas vertebrales marcadas por años de cargar el peso de la miseria. Y junto a ellos objetos que humanizan los huesos, que los civilizan, que pueden hablar de sus profesiones, de sus aficiones, de diversas situaciones o de las armas que acabaron con sus vidas, cortas, largas, fabricadas aquí o allí.

Los objetos son astros inmóviles de un anticielo, pequeñas estrellas que permanecen muertas mientras siguen ocultas; metralla biográfica que escapó a los ojos de los asesinos, o que cayó de sus bolsillos o de sus gatillos, que codiciaban mucho más que hacer desaparecer vidas. Nitrato de plata con formas, colores, usos y nombres esperando a que la luz revele su existencia, que no fue siempre subterránea, que no fue siempre opaca, ni apresada en el subsuelo, que no fue siempre».

El libro contiene fotografías de objetos realizadas por el fotógrafo José Antonio Robés y textos escritos por un grupo de poetas, novelistas, actores, actrices, investigadorxs, periodistas y activistas memorialistas.

Puedes adquirirlo en nuestra tienda o en la tienda de la ARMH.

Salud.

PD. El nombre del último director general de la colonia holandesa, Peter Stuyvesant, se utilizó para una marca de cigarrillos de lujo. El cigarrillo encarnaba el ideal americano, una mezcla de glamour, capitalismo y exceso, «un testimonio más de la adopción por parte de los europeos de los sueños americanos». «¡Siente el ritmo de la Gran Manzana! ¡Es divertido! ¡Es fabuloso! ¡Es rápido!» fue el eslogan de la promoción de la marca en 1985.

PD2. Entre los objetos de Las voces de la tierra hay una pipa para cigarrillos. Esto escribe Santiago Auserón en su texto «Memoria del humo»: «¿Pensó, con las manos atadas a la espalda, en la imposibilidad de alcanzar la suavidad de su boquilla allá en el fondo del bolsillo, mientras aguardaba la voz de fuego que apenas tuvo tiempo de escuchar antes del estruendo sin eco, la quemazón de súbito extendida hasta una orilla de ceniza? ¡Qué desolado imperio el de la palabra que, apenas emitida, toma cuerpo y acaba con la vida! El desdichado fumador preservó bajo tierra un argumento en contra de esa oscura exactitud de la palabra dicha a punta de pistola».

PD3. Esa pipa llena de memoria nunca pudo albergar un cigarrillo Peter Stuyvesant.

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