Nadie hablaba. Algún susurro al principio del viaje, alguna pregunta sobre la procedencia de los que se tenía al lado, pero enseguida se hizo el silencio. Quizá porque casi todos viajaban solos, sin familia ni amigos; quizá porque tenían miedo del viaje y de lo que podría pasarles después. O estaban demasiado cansados; algunos habían pasado semanas escondidos en el desierto, alimentándose de pan, Coca-Cola y latas de sardinas y de caballa antes de poder embarcarse. Ella fue afortunada: apenas tuvo que esperar cuatro días.
Hacía mucho, no sabía cuánto, que Leyla sólo oía el motor de la barca, el crujir de la madera, la gente vomitando, el ruido de las olas; le daba la impresión de llevar días sentada en la misma postura, con ese dolor en el estómago, sin que nadie le ofreciese un sitio más cómodo teniendo
en cuenta su estado; pero salieron de la costa africana al atardecer y aún no había amanecido.
Extracto de «Te cuento..la sirenita», con texto de José Ovejero y fotografías de Clemente Bernad. Publicado en noviembre de 2014.
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